El trabajo de los indios y la pintura mural del siglo XVI.
El problema de la cal. Magnitud de la superficie pictórica
Tratando de lo común, ¿quién ha edificado tantas iglesias y monasterios como los religiosos tienen en esta Nueva España, sino los indios con sus manos y proprio sudor, y con tanta voluntad y alegría como si edificaran casas para así y sus hijos, y rogando a los frailes que se las dejasen hacer mayores? ¿Y quién proveyó las iglesias de los ornamentos, vasos de plata, y todo lo demás que para su arreo y ornato tienen, sino los mismos indios?
Fray Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana.
Para comprender la importancia de la pintura mural en los conventos novohispanos del siglo xvi no es suficiente realizar sólo el estudio estético, temático o histórico de ella, pues dentro de estos mismos rubros hay aspectos de carácter fundamental todavía no evaluados cuyo análisis permitiría solucionar problemas relacionados con las tareas en que tomaron parte frailes e indios y, además, explicar el porqué y el cómo de la inmensa iconografía religiosa y de los temas decorativos representados en los muros conventuales.
Basados en los informes proporcionados por historiadores como Gerónimo de Mendieta, Diego Valadés y Juan de Torquemada, pero sobre todo Toribio de Benavente, Motolinía, se puede asegurar que sin la contribución de la mano indígena no se hubieran podido ornamentar los conventos mendicantes de franciscanos, dominicos y agustinos.
Aunque esta afirmación parezca lapidaria a primera vista, si se medita en ella se llegará a la conclusión de que así tuvo que ser ante la innumerable cantidad de obras pintadas en los monasterios. Además hay suficientes evidencias históricas que pueden sustentarla, así como hechos que no pueden explicarse sin considerar la colaboración de los artistas indígenas. La idea de que los indios pintaron gran número de obras no es nueva; ha estado en la mente de los autores que han escrito sobre el arte del siglo xvi, pero ellos no han aportado las pruebas suficientes para comprobarla, ya que su opinión se basa sólo en lo que está escrito en las crónicas acerca de la escuela de fray Pedro de Gante y de la que tuvieron los agustinos en Tiripitío, Michoacán.
Para fundamentar la tesis de que los responsables de la pintura mural fueron los indígenas jóvenes, analizaremos en este capítulo dos aspectos importantes. En primer lugar, la trascendencia del encalado de los muros, tanto si se prepararon para pintar sobre su superficie los temas decorativos y las escenas religiosas como para conservar en buen estado las paredes. En segundo, la magnitud de la superficie pintada y su importancia en relación con los factores económicos, sociales y religiosos, así como otros temas relacionados con los problemas a que se enfrentaron los frailes.
Hace cinco décadas, el doctor George Kubler,1 al estudiar la arquitectura del siglo xvi, señaló la importancia de la cal en las construcciones monásticas. Sus estudios fueron muy concisos, porque su preocupación principal la constituían otros aspectos fundamentales. Nosotros enfocaremos este asunto desde otro punto de vista, por considerar que la producción de ese material repercutió de manera notoria en la vida de las comunidades donde se estableció un convento.
Resulta obvio decir que, para preservar las paredes de los ataques del medio ambiente, pero sobre todo para pintar después en ellas las escenas religiosas y los temas decorativos, tuvieron que cubrirse con una capa compuesta de cal y arena. A este trabajo los frailes le dieron el nombre de encalado y encaladores fueron los hombres encargados de llevarlo a cabo; otros autores emplean diversos términos tales como estucado, revocado, repellado, aplanado, etc., para referirse a la misma operación. Con el fin de evitar discusiones, con mayor frecuencia utilizaremos el primer nombre, sin tomar en cuenta la corrección o incorrección del mismo, por tratarse de algo secundario.
De no intervenir algunos factores adversos como la humedad, por ejemplo, la cubierta de cal y arena alcanza una duración extraordinaria, a causa del endurecimiento que adquiere la cal al transformarse en carbonato de calcio. Las partes encaladas de los conventos fueron principalmente los interiores, aunque en algunos casos se cubrieron algunas partes importantes del exterior como las fachadas, el interior y exterior de las capillas o la cubierta exterior de las bóvedas, y en ocasiones también los muros.
A pesar del abundante empleo de este material en las construcciones, hay una ausencia notable de datos al respecto en las crónicas y documentos; sólo de cuando en cuando se habla de la cal, pero sin aportar informes precisos, útiles para calcular su producción o la cantidad de ella empleada en cada edificio. Sólo se dice, por ejemplo, que los indios aportaron este y otros materiales. Como el asunto es de fundamental importancia, habremos de estudiarlo, ya que no sólo permitirá conocer una de las etapas previas a la realización pictórica, sino que dará idea igualmente del enorme esfuerzo realizado por los indígenas. Así, pues, para conocer esta fase del trabajo y la importancia de la cal en la economía y en la sociedad nativas novohispanas, nos dimos a la tarea de calcular la superficie encalada de algunos edificios, para inferir de ello la cantidad de cal que fue necesario producir y utilizar en los monasterios mendicantes más importantes.
Por tal razón, se ha reducido el número de conventos indicados en algunas fuentes y documentos; para comodidad del lector se resumen en el cuadro siguiente, del cual se eliminaron los mencionados como meras casitas de adobe y las fundaciones de Centroamérica, Jalisco, Nayarit y Zacatecas, por considerarlas irrelevantes para este trabajo, aparte de que no se conoce pintura mural en dichas obras. Como no era posible cuantificar la superficie de todos los monasterios enumerados por los cronistas, la muestra abarca solamente veinticinco ejemplos; para compensar la relativa pequeñez de este universo, se midieron edificios pequeños, medianos y algunos que pueden considerarse enormes, como los de Actopan, Ixmiquilpan o Yuriria, por ejemplo.
Cuadro vii
Número de conventos según las fuentes
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Autor2 o fuente Año EDIFICIOS FRANCISCANOS DOMINICOS AGUSTINOS
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Motolinía 1537 12 12 ? 0
Motolinía 1540 40 40 ? ?
Cartas de Indias 1559 60 80 40 40
Antonio de Ciudad Real 1585 182 84 (8) (5)
Mendieta y 1596 287 142 69 76 Torquemada
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No siempre me fue posible conseguir los planos y alzados necesarios para realizar los cálculos, pero considero que el sondeo tiene cierto valor representativo en relación con los varios aspectos y problemas involucrados. Es conveniente aclarar que en la evaluación de las superficies no se tomaron en cuenta algunas partes de los conventos, tales como las bóvedas interiores o exteriores, pensando que en algunos hubo techumbres de madera; se exceptuaron también las superficies de las capillas posas y abiertas, así como todas las tapias. En consecuencia, las magnitudes que aparecen en el Cuadro VII representarán un tonelaje bastante menor en la cal necesitada y producida que aparece en la tercera columna.
Por otra parte, como no hay ningún documento que permita conocer las proporciones en que se mezclaron la cal y la arena, puesto que puede variar la cantidad de ésta, entre dos y tres partes, y aun más en algunos casos, en relación con la primera, hicimos unos cálculos tomando como base dos y tres partes de arena, que se observan en las columnas cuarta y quinta, respectivamente. Se sabe, también que hoy, con un bulto de 25 kilogramos de la cal moderna, hidratada, y la arena correspondiente, se puede cubrir una superficie de cuatro a cinco metros cuadrados, con un espesor de un centímetro. De acuerdo con estos datos, realizamos los cálculos, hasta cierto grado hipotéticos, porque la capa de mortero que cubre los muros conventuales es, en general, bastante irregular y más gruesa en algunas partes que en otras, hecho que se reflejará asimismo en el tonelaje total de la cal empleada para cada edificio.
A pesar de estas variaciones, tomamos como base cuatro metros cuadrados por 25 kilogramos de cal, y el resultado de la superficie aparece en la segunda columna. Citaremos como ejemplo el convento de Acolman, el cual, con las excepciones mencionadas, tiene una superficie aproximada de 10,000 m2. Para cubrirlos fueron necesarias 62 toneladas de cal y el doble o el triple de arena (l24 y 186 toneladas respectivamente); para transportar todo este material, suponiendo que cada hombre haya cargado solamente 23 kilogramos, el número de viajes fue de 10,781.
Con el fin de obtener ahora la cantidad total de cal que fue necesaria se tomaron como base 200 conventos únicamente de los citados en el Cuadro VII y, de acuerdo con las cuantificaciones señaladas en el Cuadro VIII, se obtuvieron los siguientes resultados: las superficies encaladas de los 25 edificios sumaron un total de 207,400 metros cuadrados; el promedio por unidad es de 8,296 m2. Si se multiplica esta cifra por los 200 monasterios, se tiene una superficie total de l.659,000 m2, que indican el área que debió ser encalada por los indígenas, tanto por ser un proceso conocido por ellos como porque, además, no había suficientes albañiles españoles y los frailes no podrían haber pagado los salarios tan altos que se precisarían diaria o semanariamente.
Para obtener la cal utilizada en cada convento bastará multiplicar la superficie por 25 que son los kilogramos de cal suficientes para cubrir cuatro metros cuadrados; por lo tanto, para volver al caso de Acolman, se procede así: 10,000 m2 x 25 ÷ 4 = 62,500 kg = 62.5 ton. Como la superficie calculada para 25 conventos fue de 207,400 m2 y el promedio fue de 8,296 m2, si se multiplica esta cifra por los 200 edificios y por los 25 kg de cal y se divide entre cuatro, que son los metros cubiertos con un bulto de 25 kg, se tendrá el tonelaje final: 8,296 m2 x 200 = l.659,200 m2 x 25 kg = 4l.480,000 ÷ 4 = 10.370,000 kilogramos (10,370 ton).
Semejante tonelaje de cal es tan grande que en cualquier época representa un problema de gran envergadura, pero si se piensa en las condiciones de hace cuatro siglos el asunto adquiere un valor enorme nunca tomado en consideración y obliga a pensar en el ingente esfuerzo humano realizado por la comunidad indígena donde se estableció el convento y en los pueblos aledaños que contribuyeron a erigirlo. Es indudable que para todo esto no hubo otra cooperación que la de los indígenas: ellos cortaron la leña para quemar la piedra caliza en los hornos, acarrearon esa piedra caliza, produjeron la cal, la transportaron a mayor o menor distancia, transportaron la arena, el agua, en suma, todo. Tan sólo como dato curioso referiremos que, según los planos del complejo arquitectónico de Tetitla, en Teotihuacán, la superficie que resultó necesario cubrir con el mortero fue de 10,000 m2 aproximadamente, sin incluir los pisos ni techos, área que equivale a la del convento de Acolman.
Cabe preguntarse cómo fue posible producir la cal necesaria en cada monasterio, puesto que el material calizo no siempre se encontraba cerca del poblado. De aquí surgen otros problemas interesantes que no es fácil resolver, pues hay una carencia notable de documentos relacionados no sólo con los conventos, sino también con la producción de cal. Así, por ejemplo, en la Foto XXX del Códice Mendocino se señala que siete pueblos como Huapalcalco, Otlazpa, Xalac, etc., entre otros tributos entregaban a Tenochtitlan apenas 400 cargas de cal, cantidad insignificante si se compara con las 4000 cargas tributadas por 22 pueblos de la región sur de la hoy ciudad de Puebla, entre los que destacan Tepeaca, Tecamachalco, Tepeji, Tecali, Huatlatlauhca, Coatzingo y otros más.3
En cuanto al periodo posterior a la Conquista, las noticias son escasas, pero hay tres en el Libro de las Tasaciones de los pueblos de la Nueva España con las que se puede obtener una idea aproximada de lo que significó la producción de la cal, aunque no se relacione con los conventos. Los primeros datos corresponden al pueblo de Axacuba, en Hidalgo, según los cuales los indígenas debían entregar a su encomendero Jerónimo López la producción de cinco hornos de cal, al parecer cada cien días, en 1543. El 21 de junio de 1552 se modificó la tasación y los indios quedaron obligados a entregar cincuenta cargas de cal en piedra, y por los hornos ciento y sesenta cargas, y que así lo pagaban a Jerónimo López, su encomendero ya difunto.4 Posteriormente, el 5 de septiembre de 1558, se informa lo siguiente: sobre lo tocante a la cal... como le daban por cada carga de cal viva tres reales, sea y se entienda dos.5 Estos datos no permiten obtener un cálculo de la cal producida mensualmente.
Más interesantes son las noticias del pueblo de Gueipuxtla, por otro nombre Teupuztla, en la Teutalpa, obispado de México, pues gracias a ellas se sabe que los moradores deben entregar a sus amos Antón Bravo y Pedro Valenciano, cada quince días, ocho hornos de cal, de que salgan doscientas cargas y hanlas de traer a esta ciudad de México, ciento para cada uno; la fecha no está especificada en este documento, aunque parece corresponder a 1543, pues más o menos unos diez años después hay otro testimonio, del 11 de diciembre de 1553, en el que se menciona una conmutación de la traída de la cal y del carbón y leña por la cual quedan obligados a entregar trescientos pesos por razón de la traída de la cal.6 Según lo anterior, se puede inferir que los ocho hornos producían mensualmente 400 cargas o fanegas y cada una costaba seis reales ($0.75).
Una tercera mención más importante corresponde al pueblo de Zumpango (México), cuyos moradores estaban obligados a entregar al encomendero Gil González de Benavides cada diez días treinta hornos de cal en que podrá haber mil y doscientas cargas o mil y quinientas, y que cada ocho días traigan a esta ciudad cien cargas de la misma cal.7 Parece haber un error en las fechas, pues al citado documento le asignan la data de 1566 y el siguiente fue expedido el 18 de febrero de 1555; en él se indica una moderación del tributo por lo cual el presidente y oidores, tasaron y moderaron las cien cargas de cal que los indios de Zumpango eran obligados a traer cada semana... le den por razón de [la cal] diez y nueve pesos de a ocho reales cada uno.8
Trataremos ahora de interpretar el significado de estos documentos aunque, como ya dijimos, no se puedan relacionar los datos directamente con el encalado de los monasterios. Como en los diccionarios se dice que cada carga o fanega tiene cuatro arrobas, o sea 46 kg, tomamos esta cantidad para calcular la producción. De esta manera, Hueypuxtla, con sus ocho hornos, produciría 400 cargas mensuales, o sea 1.84 toneladas. En cambio, la producción mensual de Zumpango fue mucho mayor: aun tomando la cifra baja de 1200 cargas por los 30 hornos, mensualmente se producirían 165.6 toneladas:
30 hornos x 1200 cargas x 30 días x 46 kg/carga = 165,600 kg. (165.6 ton).
Si ahora relacionamos estas cantidades de cal con los 200 conventos y las superficies indicadas en el Cuadro VIII (segunda columna), obtendremos la cantidad total de cal que fue necesaria para encalarlos. Según la producción mensual de Hueypuxtla, se hubiera tenido que trabajar, para alcanzar el tonelaje mencionado, unos 47 años (10,370 ÷ 18.4 ton x mes = 563.5 meses = 47 años). Con la capacidad de producción de Zumpango, el tiempo se reduce bastante, unos cinco años: 10,370 ÷ 165.6 ton = 62.6 meses = 5 años dos meses.
Calculemos ahora cuánto pudieron costar las toneladas de cal citadas. Si la carga tenía un precio de $0.75, el resultado hubiera sido 10,370 ton x $l6.3/ton = $169,031 y, si se divide esta cifra entre los 200 conventos, se obtendría un costo de cal de $845.l5 por edificio. Esta cantidad parece pequeña en términos actuales, pero si se piensa en la situación económica de los frailes que estaban atenidos a lo que daban los indígenas, se tendrá otra valoración de los hechos ocurridos antes de mediar el siglo xvi. Por otra parte, en la producción no están incluidos los costos de la leña, el agua ni el acarreo, y tal vez falten algunos otros que desconocemos. La comida, por ejemplo, si acaso, la proporcionaban los frailes, como dice Mendieta,9 pero, aun en este caso, los alimentos también tenían que ser provistos por las comunidades indígenas que contribuyeron a erigir el monasterio. Si bien no lo dice documento alguno, el proceso de producción debió seguir la técnica ancestral, conocida por los indígenas; quizás los españoles introdujeron mejoras, pero esto no se menciona, hasta donde hemos podido investigarlo (Cuadro VIII).
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Cuadro viii |
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Superficies encaladas, producción de cal y transporte humano de cal y arena |
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TONELADAS |
VIAJES/HOMBRE: 23 kg |
TOTAL VIAJES |
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CONVENTO |
M2 |
CAL |
ARENA 1:2 1:3 |
1:2 |
1:3 |
(CAL) |
(CAL+ARENA) |
|
ACOLMAN |
10,000 |
62 |
124 |
186 |
5,391 |
8,086 |
2,695 |
10,781 |
ACTOPAN |
14,500 |
91 |
182 |
273 |
7,913 |
11,869 |
3,956 |
15,825 |
ALFAJAYUCAN |
8,500 |
53 |
106 |
159 |
4,608 |
6,913 |
2,304 |
9,217 |
ATOTONILCO EL GRANDE |
13,000 |
81 |
162 |
243 |
7,063 |
10,565 |
3,521 |
14,086 |
CALPAN |
4,000 |
25 |
50 |
75 |
2,173 |
3,261 |
1,086 |
4,347 |
CHOLULA |
9,300 |
58 |
176 |
174 |
5,304 |
7,565 |
2,521 |
10,086 |
EPAZOYUCAN |
9,500 |
59 |
118 |
177 |
5,230 |
7,695 |
2,565 |
10,260 |
HUATLATLAUHCA |
3,500 |
22 |
44 |
66 |
1,913 |
2,869 |
956 |
3,825 |
HUEJOTZINGO |
12,000 |
75 |
150 |
225 |
6,521 |
9,782 |
3,260 |
13,042 |
IXMIQUILPAN |
14,000 |
88 |
176 |
274 |
7,652 |
11,478 |
3,826 |
15,304 |
METZTITLÁN |
9,800 |
61 |
122 |
163 |
5,304 |
7,956 |
2,652 |
10,608 |
MOLANGO |
3,000 |
19 |
38 |
57 |
1,652 |
2,478 |
826 |
3,304 |
TECOZAUHTLA |
4,500 |
28 |
56 |
84 |
2,434 |
3,652 |
1,217 |
4,869 |
TEPEACA |
9,500 |
59 |
118 |
177 |
5,130 |
7,695 |
2,565 |
10,260 |
TEPEAPULCO |
5,000 |
31 |
62 |
93 |
2,695 |
4,043 |
1,347 |
5,390 |
TEPEJI DEL RÍO |
6,500 |
41 |
82 |
123 |
3,665 |
5,347 |
1,782 |
7,129 |
TEPOZTLÁN |
8,400 |
53 |
106 |
159 |
4,608 |
6,913 |
2,304 |
9,217 |
TETELA DEL VOLCÁN |
4,500 |
28 |
56 |
84 |
2,434 |
3,652 |
1,217 |
4,869 |
TEZONTEPEC (S. PEDRO) |
7,200 |
45 |
90 |
135 |
3,913 |
5,869 |
1,956 |
7,825 |
TLALMANALCO |
5,800 |
36 |
72 |
108 |
3,130 |
4,695 |
1,562 |
6,257 |
TLANCHINOL |
3,000 |
19 |
38 |
57 |
1,652 |
2,478 |
826 |
3,304 |
TULA |
8,500 |
53 |
106 |
159 |
4,608 |
6,913 |
2,304 |
9,217 |
YURIRIA |
14,000 |
88 |
166 |
265 |
7,652 |
11,478 |
3,826 |
5,304 |
XOCHIMILCO |
12,000 |
75 |
150 |
225 |
6,521 |
9,782 |
3,260 |
13,042 |
ZEMPOALA |
7,400 |
46 |
92 |
138 |
4,000 |
6,000 |
2,000 |
8,000 |
TOTALES: |
207,400 |
1,296 |
2,642 |
3,879 |
113,166 |
169,034 |
56,334 |
225,368 |
En la presente tabulación, la primera columna indica los metros cuadrados que fueron encalados, sin tomar en cuenta todas las bóvedas, la tapia ni las capillas. La segunda indica las toneladas de cal necesarias para el edificio. La tercera y cuarta columnas corresponden a la arena utilizada en las proporciones 1:2 y 1:3, respectivamente, en tanto que en las columnas quinta y sexta se indican los viajes que hubo necesidad de realizar para transportar este último material, considerando sólo una carga de 23 kg (dos arrobas). Este peso puede parecer pequeño, pero será necesario pensar en la intervención de niños y mujeres. La séptima columna corresponde a los viajes de cal y la novena y última representa la suma total de viajes de cal y arena (1:3) No se ha indicado lo referente al agua, pues no hay manera de calcularla; tampoco se da cuenta de la madera necesaria para quemar la piedra caliza. Se advertirá el enorme esfuerzo que representó para los indígenas la sola operación del encalado de los muros.
No es difícil imaginar la energía que debieron aportar los indígenas y con ello se adquiere una visión diferente de los problemas surgidos a partir de 1530, fecha en que Motolinía sitúa el inicio de la campaña de construcción de los franciscanos. Cientos, miles de viajes que hombres, mujeres y niños tuvieron que realizar día tras día, hasta dar cima a la obra que hoy puede contemplarse en los pueblos donde se edificó un convento. En el caso de edificios pequeños, como en Oztoticpac o Huexotla, el esfuerzo fue grande, pero no se puede comparar con el realizado en Actopan, Huejotzingo, Ixmiquilpan, Cholula, etc. Frente a estos hechos, la indicación de fray Juan de Grijalva respecto a que el convento de Epazoyucan (únicamente 9,500 m2 de encalado) se construyó en sólo siete meses se nos antoja cercana a la fantasía.10
Considero innecesario agregar comentarios, pues los datos lo dicen todo, aunque habría que mencionar la construcción del convento mismo, antes de que se encalaran los muros. Pasaremos en seguida a examinar el problema del trabajo invertido en pintar los muros.
Ya estudiada la magnitud del encalado de los muros, realizamos otros cálculos para conocer el número probable de metros cuadrados que se pudieron pintar hace poco más de cuatro siglos. El asunto fue más difícil porque la mayoría de los conventos ha perdido gran parte de sus pinturas; en muchos de ellos es posible que todavía se encuentren bajo las gruesas capas de los encalados que se hicieron a lo largo del tiempo. Basados en lo que todavía puede verse, procedimos a medir las superficies pintadas de once edificios y las del pequeño templo de Xoxoteco, en el estado de Hidalgo, originalmente capilla abierta.
Las cifras que se presentan en el Cuadro IX no concuerdan exactamente con la realidad, por haber muchas partes incompletas o porque parte de las pinturas permanecen ocultas. En otros edificios, por la destrucción de los claustros, se han perdido todas, como en Atlihuetzia, Tepeyanco, Quecholac, Atlihuetzia, Tecali, Tepeyanco, Teotitlán del Camino, Totimehuacán, Atlancatepec; Jiutepec, etc., franciscanos todos. A pesar de ello, en las ruinas de algunos se alcanzan a percibir aquí y allá huellas de las pinturas que hubo.
A pesar de estas destrucciones que impiden conocer la superficie que tuvieron pintada, las cifras altas en Actopan, Ixmiquilpan, Metztitlán y Tezontepec, por ejemplo, pueden considerarse normales aunque menores desde luego respecto a lo que hubo en realidad en la mayor parte de los conventos del siglo xvi. Así, cuando en algunos edificios como los de Alfajayucan, Tlaquiltenango, Cuauhtinchan, Cholula, Tlaxcala y Tecamachalco (señalados con un asterisco), apenas se observan unas cuantas pinturas y las cifras alcanzan apenas 200 o 300 m2 debe tenerse en cuenta que de ninguna manera corresponden a la realidad. Así, la superficie total pintada será mayor que la de nuestros cálculos.
Cuadro ix Magnitud de la superficie pintada |
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CONVENTOS |
PINTURA EN m2 |
ORDEN |
|
|
|
Actopan, Hidalgo |
2,600 |
Agustina |
Ixmiquilpan, Hidalgo |
2,184 |
Agustina |
Metztitlán, Hidalgo |
1,960 |
Agustina |
Oaxtepec, Morelos |
1,700 |
Dominica |
Tezontepec, Hidalgo |
1,670 |
Agustina |
Atlatlauhcan, Morelos |
1,180 |
Agustina |
Epazoyucan, Hidalgo |
875 |
Agustina |
Tetela del Volcán, Morelos* |
800 |
Dominica |
Ocuituco, Morelos* |
468 |
Agustina |
Huatlatlauhca, Puebla* |
419 |
Agustina |
Tecamachalco, Puebla** |
258 |
Franciscana |
(Xoxoteco), Hidalgo |
262 |
Agustina |
Superficie: |
14,114m2 |
|
Promedio de los 11 conventos = 1,283 m2 (sin Xoxoteco).
Obsérvese el mapa incluido en este trabajo, el cual, aun cuando no abarca todos los edificios conventuales, puesto que sólo se señalan los que conservan signos y símbolos de índole precolombina, muestra la importante concentración humana registrada en la región central de México y los actuales estados que la rodean.
Ahora bien, una vez que se obtuvo la superficie, pareció conveniente calcular tres promedios para compensar las pérdidas, pero sólo se mencionarán el alto y el bajo. Si se toma en cuenta la cifra anotada y se divide entre los once ejemplos, el resultado da un promedio de 1283 m2, pero si se consideran los que tienen superficies mayores de los 1000 m2, el promedio asciende a 1882 m2. Estas cifras, multiplicadas por los 160 monasterios, sumarán las dos siguientes superficies: 205,280 y 301,120 m2 de pintura mural. Es indudable que esta forma de evaluar el trabajo indígena proporciona una visión totalmente distinta del problema de la pintura conventual, pues cualquiera de las dos que se pondere representa un esfuerzo enorme para las condiciones de vida imperantes en el siglo xvi.
El hecho de pintar miles y miles de metros cuadrados obliga a pensar en los medios de que se valieron los frailes para dar cima a esta obra que, así considerada, por necesidad cambia los puntos de vista a partir de los cuales se ha valorado la pintura mural. Uno de ellos tiene que ser definitivo: que los pintores españoles no intervinieron porque apenas si hubo uno que otro antes de mediar el siglo y varios años después eran unos cuantos. Además, los misioneros no iban a esperar con los brazos cruzados a que viniesen artistas europeos para empezar la representación de los temas religiosos que necesitaban para enseñar la doctrina en sus conventos. Es lógico que así haya ocurrido porque, según lo veremos adelante, uno de los medios indispensables utilizados para catequizar a los nativos fue el empleo de las escenas pintadas en los muros.
Por otra parte, recurrir a pintores españoles o extranjeros hubiera significado costos enormes que hubieran repercutido más aún en las comunidades indígenas, ya tan agobiadas por los tributos y los gastos para construir los monasterios. No hay forma de calcular a cuánto hubieran ascendido los salarios de los europeos; los oficiales españoles recibían sueldos mucho mayores que los presuntamente pagados a los trabajadores indígenas en algunos casos, aunque no en las construcciones monásticas, puesto que, como lo indican claramente fray Gerónimo de Mendieta y fray Juan de Torquemada, todo lo más que se les daba a los trabajadores era la comida, la cual, al final de cuentas, también tenía que salir de las comunidades donde se había fundado el convento (véase al final el apéndice relativo a los pintores de Santiago Tlatelolco.)
Por lo tanto, si los misioneros vivían en condiciones paupérrimas y sujetos a lo que se les daba de limosna y de cooperación para las construcciones, será necesario buscar otro camino para hallar la fórmula de que se valieron los evangelizadores para realizar esa gigantesca tarea de pintar entre 200,000 y 300,000 m2 o más. A reserva de fundamentar este asunto, es indudable que la solución estuvo en el entrenamiento del artista nativo, ya que éste era un individuo enteramente capacitado para ello, gracias a la educación que había recibido antes de la llegada de los españoles y la que recibió de los frailes para perfeccionar su técnica. En esta tarea, la actividad de los franciscanos fue de primordial importancia, no sólo por haber sido los primeros en llegar a la Nueva España, sino por la calidad de los hombres que integraron la primera y varias de las misiones subsiguientes.
Dotados de un enorme humanismo a lo cristiano, compenetrados de sus deberes y preparados intelectual y espiritualmente como pocos, trataron de granjearse la voluntad y la cooperación de los indígenas por diversos caminos, no siempre fáciles, y lo lograron después de muchos esfuerzos. Pero, por sobre todas las cosas, el deseo de implantar la fe cristiana los llevó a estudiar el pensamiento y las creencias de los indígenas. Éste fue el factor que más repercutió en la evangelización, porque proporcionó a los misioneros no sólo las armas para combatir la idolatría, sino, igualmente, los medios para aprender de ellos lo que de bueno tenían en su desenvolvimiento intelectual, ayuda que, como se estudió en el capítulo III, provino de los primeros jóvenes convertidos por haberse educado más tiempo en las escuelas prehispánicas. En el siguiente capítulo propondremos los argumentos para considerar que las pinturas murales se produjeron antes de mediar el siglo, o quizá poco antes de la segunda gran epidemia de 1576, que acabó de diezmar a la ya reducida población indígena tan afectada por la plaga de 1545-1546. Este hecho ha pasado inadvertido para quienes se han concretado a estudiar la pintura desde una perspectiva puramente formalista y a proponer que la arquitectura monástica novohispana y su pintura se realizaron al finalizar el siglo, sin haber valorado los efectos de las terriblemente devastadoras epidemias.
1 Kubler, op. cit., vol. I, pp. 165-168.
2 Motolinía, Memoriales, pp. 115-168; Cartas de Indias, p. 149; Ciudad Real, Relación breve, t. p. CXXXII; Mendieta, Historia, pp. 545-546; Torquemada, Monarquía, t. III, pp. 381-382.
3 Códice Mendocino, láms. xxx y xliv.
4 Libro de las tasaciones, p. 96.
5 Ibid., p. 98.
6 Ibid., pp. 205-206.
7 Ibid., p. 657.
8 Ibid., pp. 657-658.
9 Mendieta, Historia, p. 222.
10 Grijalva, Crónica, p. 158. Grijalva agrega una nota en la que refiere una leyenda en torno a Tzirosto, donde el fraile agustino encargado recibió un año como plazo máximo para construir el edificio. Aceptó, pero con la salvedad de que él señalaría la fecha de inicio; hizo reunir todos los materiales y, una vez que los tuvo, dio aviso y lo construyó en poco menos de un año.