EL PROBLEMA DE LA UBICACIÓN DE LA ESCUELA CONVENTUAL
De estas escuelas monásticas poco o nada se conserva. Pero cada establecimiento tuvo un anexo construido por los indios y destinado a enseñanza de los niños, con salón de clases, dormitorio, refectorio y oratorio. Torquemada nos informa que estos edificios generalmente formaban parte del recinto del atrio.
George Kubler, Mexican Architecture of the XVI Century.
Un aspecto importante y poco conocido es el lugar que ocupó la escuela interna, la dedicada a la enseñanza de los niños que más tarde habrían de ayudar a los misioneros en el trabajo de convertir a los adultos. El asunto es, además, controvertido, porque todos esperan y desean ver el edificio de la escuela, y, como sólo existen las construcciones del convento, se resisten a aceptar que el monasterio haya servido para tal propósito.
Aunque la escuela conventual ya fue estudiada por George Kubler y John McAndrew, no pudieron definir su localización debido a la poca claridad de los datos proporcionados por los cronistas que hablan de ella. Por esta razón Kubler no dio su posición exacta, mostrándose extrañado de no hallar las ruinas del edificio escolar en parte alguna.1 En su estudio acerca de las capillas abiertas, McAndrew piensa que:
En algunas ocasiones los salones de clase estuvieron en el frente del monasterio, otras veces en un ala separada cercana al edificio. Arquitectónicamente son indistinguibles del complejo conventual, y como resultado es difícil identificarlos. La escuela de artes y oficios para indios adultos estuvo a veces en el núcleo monástico, pero lo más probable es que haya estado en un edificio separado, situado al frente del atrio, pero necesariamente unido a él por medio de la portería.2
Como se advierte, no hay conclusión, pues ninguno de los complejos conventuales que se pueden observar en la actualidad ofrece claramente definido el local que pudo ocupar la escuela de los niños que se educaban en él. En realidad así ocurre porque nunca hubo un local o un edificio adjunto al convento, aun cuando no pueda negarse la existencia de la escuela a la que tanta importancia dieron Motolinía, Mendieta y Torquemada. Por ello, solamente queda una respuesta y se encuentra velada en las palabras de los tres cronistas, así como en la obra de fray Diego Valadés. La redacción de los párrafos en que están contenidas las referencias a la institución educativa es bastante confusa y se hace necesario leer entre líneas para captar el pensamiento de los autores. Veamos.
Fray Toribio de Benavente, uno de los primeros en escribir sus impresiones acerca de las tareas evangelizadoras, asienta que
son tantos los indios que se enseñan, que hay algunos monasterios donde se enseñan trescientos, cuatrocientos, y seiscientos y hasta mil de ellos, según son los pueblos y provincias; y son tan dóciles y mansos, que más ruido dan diez de España que mil indios. Sin los que se enseñan aparte en las salas de las casas que son hijos de personas principales, hay muchos otros hijos de la gente común y baja, que los enseñan en los patios, porque los tienen puestos en costumbre, de luego de mañana cada día oír misa y luego enséñanlos un rato y con esto vanse a servir y ayudar a sus padres, y de éstos salen los muchos que sirven a las iglesias, y después se casan y ayudan a la cristiandad por todas partes.3
Aparte de la exageración de Motolinía, al decir que más ruido producen diez españoles que mil indios, queda claramente establecida la existencia de dos escuelas: una interna, situada en las salas de las casas, es decir, en los conventos, destinada a los niños nobles; y la otra, fuera, en el atrio o patio, a la cual acuden hasta mil niños, según sea la importancia del poblado donde se halle el convento. El autor diferencia de manera clara la existencia de dos instituciones: las externas están siempre en el atrio o patio y las internas en las salas del monasterio. Veamos lo que opina fray Gerónimo de Mendieta, quien confunde lo escrito por Motolinía e introduce ciertas modificaciones, que son, precisamente, las que han hecho pensar en la existencia de un edificio separado:
Habiendo tomado asiento en los sitios que más cómodos les parecieron, dieron orden con los indios principales, cómo junto a su monasterio edificasen un aposento bajo en que oviese una pieza muy grande, a manera de sala, donde se enseñasen y durmiesen los niños sus hijos de los mismos principales, con otras piezas pequeñas de servicio para lo que les fuese menester... acabados los aposentos, siéndoles pedido que trajesen allí a sus hijos, comenzaron a recogerlos, muchos de ellos (o por ventura la mayor parte) más por cumplimiento que de gana. Y esto se vio bien claro, porque algunos no sabiendo en lo que había de para el negocio, en lugar de traer a sus hijos trajeron otros mozuelos, hijos de sus criados o vasallos. Y quiso Dios que queriendo engañar, quedaron engañados y burlados; porque aquellos hijos de gente plebeya siendo allí doctrinados en la ley de Dios y en saber leer y escribir, salieron hombres hábiles, y vinieron después a ser alcaldes y gobernadores, y mandar a sus señores. De estos niños así recogidos se encerraban en aquella casa seiscientos u ochocientos o mil, y tenían por guardas unos viejos ancianos que miraban por ellos, y les daban de comer lo que les traían sus madres, y la ropa limpia, y otras cosillas que habían menester, que para lo demás no tenían necesidad de guardas, porque en todo el día no se apartaban de ellos algunos religiosos, trocándose a veces, o se estaban allí todos juntos.4
La narración de Mendieta es más amplia. Éste copió mucho de la obra de Motolinía e informa mejor de lo que ocurría en las escuelas conventuales, pero comete una exageración, falsa e inaceptable, al decir que en el interior del convento hubo seiscientos, ochocientos o mil niños, explicable si se piensa que el yerro pudieron cometerlo fray Gerónimo o el copista de la obra de Motolinía, quien terminó de escribir su libro hacia 1542-1545, en tanto que Mendieta llegó hasta 1554, cuando ya la crónica estaba terminada.
Continuemos con el análisis del libro de fray Gerónimo. En otra parte de él, afirma el autor:
Todos los monasterios de esta Nueva España tienen delante de la Iglesia un patio grande, cercado, que se hizo principalmente y sirve para que en las fiestas de guardar, cuando todo el pueblo se junta, hoyan [oigan] misa y se les predique en el mismo patio, porque en el cuerpo de la Iglesia no caben sino los que por su devoción vienen a oír misa entre semana. A un lado de la Iglesia que es(tá) comúnmente a la parte del norte, porque a la del medio día [sur] está el monasterio, está en todos los pueblos edificada una escuela, donde cada día de trabajo se juntan los cantores, acabada la misa mayor, para proveer lo que se ha de cantar las vísperas... y también se juntan para enseñar el canto a los que no lo saben y para enseñarse los que tañen menestriles. En la misma escuela, en otra pieza por sí, o en la misma si es larga, se enseñan a leer los hijos de la gente más principal, después que han sabido la doctrina cristiana, la cual solamente se enseña a los hijos de la gente plebeya allá fuera en el patio, y sabida ésta los despiden para que vayan a ayudar a sus padres en sus oficios, granjerías o trabajos, aunque en algunas partes hubo descuido en hacer esta diferencia (especialmente en los pueblos pequeños, donde es poca la gente), que sin distinción de personas se enseñan todos los hijos de principales y plebeyos a leer y escribir en las escuelas, y de aquí se sigue que en los tales pueblos vienen a regir y mandar los plebeyos, siendo elegidos para los oficios de la república por más hábiles y suficientes.5
Es fácil advertir las diferencias y contrasentidos registradas en este escrito. Los hechos asentados por fray Toribio fueron transcritos equivocadamente. Así, queda claro que la escuela-monasterio por lo general está en la parte sur en tanto que la iglesia va al lado norte. En esta escuela hay una pieza larga y otras pequeñas para el servicio de los niños; allí aprenden éstos la doctrina y otros estudios, según vimos; en cambio, en el atrio o patio son enseñados los plebeyos; pero y he aquí otra equivocación de Mendieta la doctrina no solamente se enseña a los hijos de la gente plebeya allá fuera en el patio, sino a todos. A los internos con mayor intensidad y en menor grado a los externos, obviamente. Éstos son los que salen y van a ayudar a sus padres, pero no los internos, como dice Mendieta. Es posible, sí, que en los conventos situados en los pueblos pequeños no haya habido esta distinción, de manera que todos, nobles y plebeyos, hayan estudiado juntos por ser menor el número de alumnos tanto internos como externos.
Ahora bien, casi todos los conventos están constituidos en la misma forma: el complejo de iglesia-monasterio, más aparte el atrio, la capilla abierta y las capillas posas, construcciones estas dos últimas que por desgracia no poseen ya todos los conventos, aunque también es posible que no las haya habido en la mayor parte. Por excepción, en algunos monasterios hay alguna otra construcción, como en Actopan, Hidalgo, y en Yanhuitlán, Oaxaca. De manera que estamos obligados a aceptar que el convento y la escuela ocuparon el mismo sitio y fueron una sola unidad conforme advertiremos al citar a Torquemada. De aquí también las naturales confusiones en que incurrieron involuntariamente tanto Kubler como McAndrew. Obsérvense con cuidado los planos que incluimos y se advertirá que no hay posibilidad de que haya existido un edificio escolar propiamente dicho (foto 9).
Fray Juan de Torquemada, con más o menos variantes que no vienen al caso, cita textualmente el primer párrafo de Mendieta, pero agrega algo fundamental que nos aclara el problema: Hechas estas casas y salas, que por la mayor parte están dentro de los patios de los conventos, mandaron a los Señores y Principales que les trajesen a sus hijos para recogerlos en aquellas salas y escuelas, para enseñarlos en la fe cristiana.6
El cronista especifica que esas casas (conventos) y salas (dependencias del mismo) están dentro del patio de los conventos. El empleo indiscriminado de la palabra patio se presta a confusiones, puesto que se puede pensar en atrio. Sin embargo, y en vista de que no existen construcciones ajenas al monasterio, la palabra patio puede y debe referirse al claustro, al espacio interno que poseen todos los edificios conventuales en cuyo contorno están el refectorio, la cocina, la sacristía y las celdas, y en algunos casos también la biblioteca y algunas dependencias más, según la magnitud de la construcción, pero no el destinado a un edificio escolar propiamente dicho. Sin embargo, Kubler pensó que se destruyó en alguna época indeterminada: De estas escuelas monásticas poco o nada se conserva. Pero cada establecimiento tuvo un anexo construido por los indios y destinado a enseñanza de los niños, con salón de clases, dormitorio, refectorio y oratorio. Torquemada nos informa que estos edificios generalmente formaban parte del recinto del atrio. Las últimas palabras no figuran en la obra de Torquemada pero, además, para expresar sus primeras tres líneas, el acucioso investigador de la arquitectura mexicana del siglo xvi se basó en la carta de fray Juan de Zumárraga al concilio de Tolosa, tomada de la obra de fray Pablo Beaumont, la cual cita a pie de página: ...una quaeque domus fratrum Francisci habet allam domum sibi conjunctam pro pueris docendis, ab artificibus indorum constructam cum lectorario, dormitorio, refectorio, et devoto sacello... (cada convento de los frailes de san Francisco tiene inmediata una vivienda destinada a la enseñanza de los niños, fabricada por los alarifes indios, la cual tiene una pieza muy grande, refectorio y un oratorio devoto).7
En la obra de Joaquín García Icazbalceta consagrada a Zumárraga, aparece esta misma carta en versiones del Novus Orbis de 1575, el texto del padre Gonzaga, la traducción de Mendieta y la del padre Isla.8 Únicamente en la primera versión se alude a los alarifes indios como lo hace Kubler; Gonzaga no incluye esta cita; Mendieta la ignora y el padre Isla traduce judíos por indios. Pero consideramos que la alusión a los alarifes indios es importante porque sirve para recalcar que la susodicha escuela no fue hecha con material deleznable, es decir no fue jacal o un cobertizo perecedero, sino todo lo contrario, de manera que no pudo desaparecer fácilmente sin dejar huellas. Entonces, si no existen ruinas de este edificio, las dependencias que mencionan Mendieta y Torquemada y la carta de Zumárraga solamente pueden referirse a las dependencias de los conventos tal como las conocemos. De allí que no haya posibilidad de que la escuela interna haya estado frente al monasterio, en el frente del atrio, en un ala separada, ni en un edificio aparte, como pensó McAndrew, y mucho menos formó parte del atrio.
Otros datos más corroboran este punto. Tanto Mendieta como Torquemada concuerdan en que en la sala más grande del edificio había unas pinturas destinadas a enseñar a los niños ciertos misterios de la fe,
porque allí delante de los niños rezaban el Oficio Divino, teniendo puestas algunas imágenes de Cristo Nuestro Redentor y de su Santísima Madre, en la cabecera de la sala; y allí se ponían en oración, a veces de pie y a veces de rodillas y a veces puestos los brazos en cruz, dando ejemplo a aquellas inocentes criaturas, y, enseñándolos primero por obra que por palabra... y enseñaban a los niños que aquella imagen que veían del hombre crucificado era imagen de nuestro Dios, no en cuanto Dios que no se puede pintar porque es puro espíritu. Y que la imagen de mujer que allí veían era la figura de la Madre de Dios, llamada María.9
Para comprobar las palabras anteriores hemos buscado tales pinturas en las salas de los conventos franciscanos sin éxito, pero esto se debe a que la mayor parte de los edificios de los frailes menores están bastante destruidos, y en algunos encontramos gruesas capas de cal que recubren los muros. Sin embargo, pinturas como las descritas se conservan, por ejemplo, en el convento agustino de Tlayacapan, Morelos, en la sala situada del lado norte del claustro, aunque aquí no aparece la figura de la Virgen María sino la de un santo (foto 10); pero sí está la Virgen en otros edificios, como en el interior de la sala del lado occidental del convento agustino de Culhuacán, Distrito Federal, donde, sobre la puerta de entrada, está una crucifixión como la descrita. Otras crucifixiones existen en los conventos agustinos de Epazoyucan, Tezontepec, Actopan e Ixmiquilpan, todos en el estado de Hidalgo, pero también se pintaron algunas escenas en las que Cristo aparece en algunas fases de su Pasión, como la de los azotes, o cuando es coronado de espinas (foto 11), como en Totolapan, Morelos. Es posible que futuros trabajos de restauración de los edificios conventuales saquen a luz algunas de esas pinturas murales. Como quiera que sea, de lo anterior se puede inferir que las pinturas a que nos hemos referido estuvieron también en los conventos franciscanos y en los dominicos, aunque no las hayamos observado en los edificios de estos últimos, ya que los muros también han sido encalados numerosas veces y, por otra parte, muchos conventos están semidestruidos.
Aunque hubo divergencias entre las tres órdenes, los trabajos de evangelización fueron muy semejantes, si no es que idénticos, por lo cual podemos aceptar que los conventos franciscanos tuvieron esos murales con la imagen de Cristo crucificado. Unos aprovecharon lo que habían descubierto o inventado otros. Por otra parte, fray Diego asienta que este sistema fue una invención franciscana:
aunque se hallasen juntos al mismo tiempo cien religiosos, todos se conducirían del mismo modo que lo hemos puesto aquí gráficamente, y aunque fuese uno solo, ninguna otra cosa haría sino lo que todos habrían de hacer, pues es tanta la armonía reinante entre ellos que causa admiración. Y esto acaece no sólo entre los nuestros sino también entre los padres de otras religiones, pues en ello siempre guardamos uniformidad, como anteriormente queda referido... el cual invento es por demás muy atractivo y notable. El cual honor, con todo derecho, lo vindicamos como nuestro de la Orden de San Francisco, ya que fuimos los primeros en trabajar afanosamente por adoptar este nuevo método de enseñanza. Aquí viene el caso de hacer mención de esas ediciones y grabados que con tan grande aceptación de todos se han estado publicando y en lo cual se nos infiere grande injuria, puesto que otros se atribuyen a sí mismos la gloria, y buscan la fama, aprovechándose de nuestros propios trabajos. Siendo que nosotros fuimos quienes hemos descubierto ese arte y lo hemos promovido... aunque aquí muchos han hecho pinturas semejantes, pues no cuesta trabajo ampliar lo que una vez se ha inventado, mas nosotros , nunca escribimos tal cosa con intención de darlo a la publicidad. Se descubrió que este método era sumamente apto, porque el éxito alcanzado en la conversión de las almas, por medio de él, fue muy consolador.10
Ignoramos a quién se refería fray Diego Valadés cuando alude a alguien a quien se ha considerado el inventor del sistema de enseñanza audiovisual por medio de las pinturas. Pudiera ser que se tratara de algún impresor, puesto que habla de ediciones y grabados que se han estado publicando, atribuyéndose la gloria de la invención que le molesta al franciscano.
En conclusión, mientras no haya investigaciones que prueben lo contrario, debemos aceptar que la escuela y el convento fueron una y la misma entidad.
1 Kubler, Mexican Architecture, t. I, p. 220.
2 McAndrew, Open Chapels, pp. 165-166.
3 Motolinía, Memoriales, p. 108. (Las cursivas son mías.)
4 Mendieta, Historia, p. 218. (Las cursivas son mías.)
5 Ibid., pp. 418-419. (Las cursivas son mías.)
6 Torquemada, Monarquía, t. III, p. 29.
7 Beaumont, Crónica, t. II, p. 148; Kubler, Mexican Architecture, t. I, p. 220.
8 García Icazbalceta, Fray Juan de Zumárraga, t. II, p. 300.
9 Mendieta, Historia, p. 218. Torquemada, Monarquía, t. III, p. 29.
10 Palomera, Fray Diego Valadés, p. 104.